
C A R T A
A mano alzada
6 de marzo de 2025
Por Margo
De vez en cuando, me da por re-visitar las cartas del pasado y me doy cuenta de que he construido una cronología en papel digital que me recuerda mucho, salvando las distancias, a una secuencia de “Eras” muy Swifties.
En los últimos meses, he recogido varias ideas de las que me gustaría escribir al respecto en una de mis epístolas más especiales del año: mi Carta de Marzo. Este mes quería tratar el arte de la improvisación y la toma de decisiones “sobre la marcha”, permitiéndonos avanzar en nuestros propósitos diariamente.
Así que, la he titulado: “A mano alzada”. Pues, definimos la ejecución de un dibujo a mano alzada como: “Aquel trazo que se realiza de forma directa, sobre la marcha, sin boceto previo y sin correcciones o modificaciones posteriores”.
Quien me conoce, sabe por trato y experiencia que soy una persona a la que le encanta planificarlo todo - o casi todo - y tener la mayoría de las cosas bajo control: un viaje, un fin de semana dentro de una quincena, una barbacoa para finales del mes que viene… etcétera. Lo confieso: la agenda destapa mi personalidad más “largoplacista” que miope.
Aunque intento no perderme lo que de verdad se disfruta - el momento del “ahora” -, siempre me tienta el habitar en una ensoñación del mañana, aunque con medio pie atrapado en el barro del pasado.
Marzo es un mes especial para mí por cuestiones de ego, sobre todo.
Si bien, el año pasado me dieron una sorpresa muy difícil de superar este 2025, la cifra que atravieso en apenas unos días suena ligeramente más pesado: 31 añazos (sí, con el sufijo “-azos” al final).
La pasarela sigue avanzando tan sosegadamente y sin atascarse, que ya ni me doy cuenta de que han pasado otros 365 días. Me siento como una maleta vulnerablemente expuesta en la trayectoria circular de una cinta del aeropuerto. ¿Alguien puede venir a por mí, por favor?
Supongo que todos seguimos girando en una rotonda cuyas salidas conducen a la desembocadura de decisiones, llamémoslas, “importantes”. Si bien las oportunidades de ensayo siguen existiendo, ahora esos momentos llevan pegada la palabra ‘banco’, ‘seguro del coche’ o ‘préstamo’, entre otros trámites de engorrosa comprensión en la mayoría de los casos.
Hacemos nuevos trazos en base a construir algo que se sostenga en el largo plazo y - ésta es mi sensación - ya no centramos tanto la vista en el corto. “Ya no estamos para perder el tiempo”, llego a escuchar.
Me gusta pensar que, en cada uno de nosotros, hay ciertas habilidades de albañilería o jardinería que vamos desarrollando conforme nos hacemos mayores. Al final, nos damos cuenta de con quién queremos poner un primer ladrillo o quién es una mala hierba que hay que arrancar de cuajo. Quién es nuestro cemento y quién nos sirve de abono – sin ánimo de referirme a nadie como un “saco de estiércol” de forma inmerecida - para nuestro propio desarrollo. Con quién/es queremos seguir recorriendo el camino – mucho más extenso que el que acaba en Santiago de Compostela -.
Llega un día en el que ya no dudas de esto y, si lo haces, te planteas la dura pregunta de si es mejor soltarlo cuanto antes. Por respeto y consideración con el tiempo del otro, de la misma forma que te gustaría que hicieran contigo. Ya no somos tubos de ensayo con los que experimentar. Desarrollemos la inteligencia emocional, además de la artificial.
Me he percatado de que cada vez es más habitual en mi círculo de amistades tratar temas más maduros, como las mejores zonas para comprar vivienda, enumerar todas nuestras nuevas dolencias o, simplemente, leernos la mente al despotricar: “¡Qué cara está la vida!”.
Lo que sí es cada vez menos frecuente es escribir sin “pulsar”. La escritura ya no se ejerce deslizando la muñeca sobre una superficie plana, de margen a margen. Apenas se escucha el ruido del grafito desintegrándose sobre la superficie - en su lugar, suena: “tac, tac, tac” -. ¿Se convertirán los sacapuntas en piezas de coleccionista?
El otro día, haciendo scroll por LinkedIn me apareció un vídeo de una campaña del icónico bolígrafo BIC de cristal (el de toda la vida, vamos). Dejando a un lado la genialidad de la idea creativa y de cómo enfocaron el mensaje – su durabilidad, así como, su valor diferenciador como un clásico en nuestros lapiceros y estuches - concluía con un: “Escribe más”.
Desde hace unas semanas me estoy leyendo un manual titulado “El camino del artista” de Julia Cameron. Un libro muy popular dentro de esta vertiente de guías creativas que contiene diversos ejercicios súper poderosos para despertar a tu artista adormilado y conocerte a ti mismo en una infinidad de capas más profundas donde van dando tumbos las emociones – al fin y al cabo, las herramientas principales con las que trabaja el artista -.
El primer ejercicio de todos y el que debe de mantenerse las doce semanas de duración que nos propone Cameron, es escribir un total de tres páginas – las bautizadas “páginas matutinas” – nada más despertar por la mañana. De este modo, utilizas el papel como canal depurativo para despojarte de una carga mental - de la que, quizá, no eras del todo consciente -, descubrir tus deseos reprimidos y/o preocupaciones que no te atreverías a verbalizar en voz alta.
Estas páginas se escriben sin premeditación ni intención previa, sólo hay que seguir una regla muy sencilla: escribe lo primero que se te venga a la mente. No se trata de una redacción de tu fin de semana o de tus vacaciones soñadas; ni tienes que desarrollar una historia con presentación, nudo y desenlace. No tiene por qué tener sentido.
Esta práctica sirve para volver a acostumbrarte al ejercicio de la escritura y a derramarte sobre la tinta; de retomar el hábito del que – créeme – con las semanas empezarás a notar cómo se aviva de nuevo la 'llamita creativa'. Simplemente, entrena la muñeca y acostúmbrala a bailar enlazando una letra con otra, formalizando parejas de palabras separadas por normas ortográficas.
En mi día a día, trabajo en un entorno donde lo digital prima sobre casi todo lo demás. Cuando concluyo mi jornada, me cambio de un teclado a otro para continuar escribiendo las mismas palabras que estás leyendo ahora mismo. Por ello, el ejercicio de escribir con mi boli BIC y mi libreta de hojas desprovistas de cuadrícula se ha vuelto esencial en mi rutina diaria.
Si te animas a probar, al principio, te va a costar tanto o más que hacer una serie de burpees. Por las mañanas, el cuerpo está mucho más rígido después de la inactividad de toda la noche y hasta el simple gesto de empuñar un lápiz parece que te produce agujetas. Además, ¿quién tiene ganas de conversar antes del primer café? Para mí, es la quietud de las primeras horas de la mañana lo que más me atrae – y lo único, diría – de madrugar. Cuesta mucho encontrar las ganas y las fuerzas para entablar una conversación con alguien y eso, desde luego, no exime a la más compleja: contigo mismo.
Durante una de mis clases de inglés, mi profesora y yo estudiamos cómo la escritura delata múltiples rasgos de nuestra personalidad.
Parece que, al volvernos tan digitales, insistimos en mantenernos en el anonimato poniéndonos un filtro común para no destacar, para no revelar, para no tener nada que decir sobre nosotros. “Estoy alterado. Espero que mis palabras en tipografía ‘Impact’ sepan transmitírtelo a la perfección”.
Nos escondemos detrás de estilos tipográficos estándar, uniformadas y comunes a todo el que lo usa – ojo, yo siempre fiel a la tipografía “Montserrat” – parece que no queremos ponernos al descubierto a propósito. ¡Hasta recibimos cartas de amigos hechas por ordenador! ¿Dónde está la esencia y el rastro de vida humana entre todos esos renglones?
A pesar de que cada vez se le da más valor al diseño de tipografías – hay infinidad de manuscritas, decorativas y súper “molonas” – nadie podrá copiar, ni simular, tu propio “estilo de letra”. Podrá ser parecida a la de miles de millones de personas en todo mundo, sí, pero siempre más única que la ‘Arial’ o ‘Helvética’ en tamaño 10.
Me gustaría concluir con una anécdota que me compartieron hace unos días y que, creo, viene mucho al caso.
Hace muchos años, una de mis mejores amigas se propuso redactar un texto con la intención de poder realizarlo sin errores. Su vena “perfeccionista” se apoderó de ella, así que, estuvo repitiendo la misma redacción una y otra vez hasta que pasase el filtro de lo “visualmente bonito”, pulcro y perfecto. Obviamente, no lo consiguió y, como consecuencia, muchísimas hojas fueron arrugadas y lanzadas directamente a la papelera.
Escribir de una vez – a mano alzada – , inevitablemente, viene acompañado de la equivocación, del aprendizaje, del prueba y error. La “metedura de pata” es inherente a la vida, así que, permítete hacer tachones, reescribir tu texto y depositar confianza en los actos espontáneos que conforman frases al completo.
Así se escriben las historias reales, línea a línea. Tachón a tachón. Anotación tras anotación en cada uno de los márgenes y volviendo a lo que escribiste unos renglones más arriba. Las páginas sin marcas, perfectas y pulidas, sólo las firman los .docx y similares. A quién no le gustaría aplicar el “Ctrl + Z” en la vida real, ¿verdad? Pero no nos queda más remedio que conformarnos con el “borrón y cuenta nueva” en su interpretación más figurada.
Por ello, volviendo unos párrafos más arriba: Escribe más. Cómprate una libreta bonita, un par de bolígrafos con el depósito lleno y conversa más contigo mismo. Te tienes muchísimo que contar.
De mí para mí:
Planifica un poquitín menos, déjate llevar más.
Por otros “31 añazos” sin parar de escribir.