top of page
Tezza-0806.JPG

C A R T A

00:01:30

28 de abril de 2024
Por Margo
 

Mi psico, a la que adoro profundamente y a quien no veo con toda la frecuencia que me gustaría, me dijo en la última sesión: “Una emoción tiene una duración, (segundo arriba, segundo abajo), de 1 minuto 30 segundos”.

Es decir, tanto las emociones positivas como las negativas – además de las apellidadas “ambiguas” - tienen una permanencia en nuestro sistema bastante limitada.

Por eso dicen que el amor hay que cuidarlo.
Por eso dicen que la felicidad son pequeños instantes.
Por eso dicen que la pena y el malestar, tampoco duran para siempre.

La bola de chicle que masticamos momentos después, la moldean los pensamientos residuales que rumiamos como una vaca días, semanas o - en el peor de los casos – durante los años posteriores, dejándonos con el incómodo regustillo a goma de mascar insulsa.

Un chicle agarrado a la cabeza es un problema muy gordo, tanto como un piojo. Al fin y al cabo, el estrés, la ansiedad - tan pegajosa que cuesta separarla de la mollera - y demás dolencias mentales, se reducen también a eso: a un molesto parásito.

De los chicles recibimos una advertencia, una lección y el vaticinio de diez de cada diez dentistas:

1. Cuidado, no te los tragues.
2. Presumir de pompas cada vez más grandes - dilatando los límites de lo posible hacia lo imposible -, es una forma efectiva de retar a tus compañeros de piso a superar tu marca personal. Moraleja: la diversión siempre acaba cuando nos estallan en la cara.
3. “Se te van a mover los dientes”.

Un ejercicio que se me propuso al término de la última sesión fue anotar – en la medida de lo posible – las distintas emociones que me iban atravesando a lo largo del día.

Pero…  ¿cuánto supone eso? Hagamos las “mates” juntos:

Un día se compone de 24 horas – un sistema de medición obsoleto para toda sociedad contemporánea. En la Antigüedad no eran multitaskers, supongo - lo cual se traduce en 1.440 minutos que, a su vez, se desglosan en 86.400 segundos. Ojalá la Tierra tardara un pelín más en girar sobre su propio eje. A veces, parece una bailarina ejecutando una ‘Pirouette’.  

Si enlazáramos una emoción con otra sin una separación sana y coherente para reposar, meditar y transitarla con calma, tendríamos la capacidad de experimentar - sujetándonos a la cifra y no a lo racional - un mínimo de 960 emociones positivas y negativas en un solo día. Los creadores de “Inside Out” están de baja laboral por estrés.

 

Si a esto le añadimos nuestra exposición continua a múltiples estímulos dentro del entorno analógico y digital – cada vez decido hacer menos “scroll” –, acabamos con la barriga llena de tanto empacho emocional. Si encima eres PAS, ánimo compañerx.

No trato de defender o emitir un juicio desde un punto de vista puramente simplista, “Mr. Wonderfulista” y reduccionista de cualquier problema, bajo el filtro personal de quien habla, además, desde una situación privilegiada. Afortunadamente, no me enfrento a las atrocidades que los informativos nos administran como dosis de ibuprofeno, ni atravieso circunstancias que la vida nos parece reservar como una almendra amarga. Pero, me planteo: ¿y si entrenáramos nuestra mente para recrearse en las emociones positivas, en vez de en las negativas?

Ya, lo sé. No he inventado la rueda, ni el fuego, ni la rueda de fuego.

El caso es que esta reflexión me conecta con el propósito principal de mis citas terapéuticas: aprender a trabajar desde el esquema S-P-E-C - sí, yo también lo he pensado – que viene a exponer la secuencia: Situación-Pensamiento-Emoción-Conducta.

Esto es, si ante una situación dada – especialmente, en el marco de lo cotidiano – aprendes a mantener a raya tus pensamientos más nocivos, experimentarás un borboteo de emociones mucho más controlado que, inevitablemente, tendrán su reflejo en una conducta más equilibrada y saludable. Una producción en cadena, un hilo de correo en la que todas las partes están en “CC”.

Esta carta la he querido acompañar de una imagen que carga con cierta connotación de alarma, casi como una cuenta atrás. Pero, también, hace alusión a mi reciente entrada a la nueva década: los treinta. Efectivamente, llega la década – o, al menos, eso nos han hecho creer – de “Te van a ocurrir cosas de persona adulta”.

Qué esperar de la treintena además de arrastrar mucho sueño – y muchos sueños -, una paciencia dosificada y muchas dolencias corporales.
Una intuición perfilada, una mente más sagaz y un corazón entrenado.
Una lista desmedida de gastos - proporcional a la de los caprichos –, una fascinación enigmática por el menaje bonito y un afán por los planes de pintar cerámica.
También una drástica disminución en tu tolerancia al alcohol – con dos cañas, yo ya voy lista - muchos compromisos laborales y sociales y… tan poca vida.
Todo desde una auto-percepción de quien aún se sigue viendo como una veinteañera, pero con menos reservas de colágeno.

No obstante, comencé tan bien mis treinta años – gracias a una familia y a unos amigos que son mi mayor tesoro – que, con todo y con eso, vaticino muchísimos buenos momentos recogidos en millones de noventa segundos.

Para ir concluyendo, aquí van algunos ejemplos de todo lo que nos cabe en un minuto y treinta segundos:

Es lo que tarda una canción en llegar al clímax.

Es lo que dura un brindis con amigos.

Es lo que tardas en sentir un flechazo, como una bala sin orificio de salida.

Es la eternidad en que parece convertirlo todo un microondas.

Es lo que tardas en tomar una decisión, “buena” o “mala”.

Es lo que dura escuchar una mala noticia y… ya está.

Es el intercambio entre unos ojos que se observan con intención, no solo atención.

Es lo que te lleva contestar un mísero WhatsApp y, aun así, no lo haces. Me incluyo.

Es lo mucho que te impacienta la cafetera cada mañana.

Es lo que te lleva decir “Te quiero” unas noventa veces, aproximadamente.

Es lo que parece durar una conversación que disfrutas mucho.

No sé, ¿qué se os ocurre a vosotros?

La gratitud se manifiesta en múltiples minidosis cada día, el método probado más eficaz para disfrutar de una vida spec-tacular. De ti depende lo mucho que quieras estirarla en el tiempo, como un chicle.

#PEC (Prolonga-El-Chicle).

 

bottom of page