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C A R T A

Todo Pasa

2 de septiembre de 2024
Por Margo
 

Manifesting inner peace”, mantra impreso en la camiseta de un muchacho al que me crucé por un sendero de camino a la playa. Además, en un llamativo color rojo que acaparó toda mi atención. Como las correcciones de tu profesor en un examen, para ayudarte a reparar más fácilmente en tus equivocaciones y tomar nota de lo que pasaste por alto.

El joven iba velozmente en bicicleta, emborronándose hasta desaparecer de nuestra vista por completo. Supongo que, como yo, él también se fue a Formentera buscando paz y silencio. Le seguí con la mirada hasta el límite donde se empezaba a diluir con el horizonte, como si estuviese probando a graduarme la vista y ya no pudiese leer con nitidez la última fila. No obstante, lo proclamé en voz alta con convicción. ¿Cómo no se me ocurrió ponerlo en mi ‘Vision Board’ antes?


La inspiración de esta carta me vino justo en momentos de paz durante mis vacaciones. A veces la quietud, la consciencia del momento – “very demure”, tal y como se diría ahora – te teletransporta a recovecos de tu mente que hacía mucho tiempo no visitabas.

La verdad, ha sido un verano convulso. No sé cuantísimas veces he revisitado los veranos de mi infancia y adolescencia en los que tenía tiempo de aburrirme. Aquellos que parecían no caducar nunca. Meses de levantarse a horas en las que estaría feo sentarse a desayunar, de bajar a la playa en jornada completa, de magullarse el coxis en las poco – por no decir, nada – ergonómicas butacas del cine de verano y de tomar helados de corte por postre y por bandera.

Mi psicóloga siempre me anima a aburrirme más o, al menos, por primera vez en mucho tiempo. Hoy en día, hay que tener fuerza de voluntad para tachar planes y “obligaciones” de nuestras agendas. El FOMO es una adicción de la que cuesta salir, supongo.
 
Qué provechoso – especialmente, para una mente creativa - la capacidad de concederse el permiso de “aburrirse como una ostra”. El ser humano no está programado para estar ocupado, en alerta y tensión, las veinticuatro horas del día. Por ello, recomiendan dedicarnos un ratito cada día a estar en contacto con nosotros mismos, mirando a la nada, a las musarañas o rascándonos el ombligo. No hay nada más sano para una mente revuelta que  hallar productividad en lo “no-productivo”.


Durante uno de los trayectos de vuelta a casa, me quedé absorta contemplando el cableado eléctrico que peina las carreteras por ambos lados. Sobre ellos, descansaban decenas de pajaritos repartidos sin orden ni secuencia metódica alguna. Inmersos en la vida contemplativa, descansando del viaje como estatuas de ojos desprovistos de luz y movimiento ocular.

<<Qué envidia>>, pensé.

¿Por qué estando de vacaciones – tres semanas que esperé con tanto entusiasmo y necesidad - no conseguía sentir esa calma y paréntesis? En vez de reposar sobre un cableado estático, aún sentía oscilando por todo mi cuerpo el cosquilleo de una cuerda, como la de una guitarra, que se agita por la pulsación de unos dedos que no cesan de pellizcar. Una nota larga y aguda.

A veces la ansiedad te echa un pulso, acaparando cada molécula de oxígeno de tu cuerpo como si estuvieseis jugando a las canicas. Mientras, contienes las ligeras reservas de aire en tus pulmones como si tu cuerpo estuviese explorando el fondo de una piscina. Esperas el descenso de la última gota que colma el vaso, confiando en tu capacidad de vaso de tubo y no de café solo.


De pequeña me encantaba zambullirme en el agua del mar, observando los secretos de su fondo con rudimentarias gafas de bucear – de esas con las que, por descuido, se te colaba el agua -. Me gustaba mirar hacia arriba y ver cómo se rompía la superficie en movimiento; cómo se dibujaban triangulitos de agua, unidos unos con otros, bailando con un efecto iridiscente casi hipnótico. Los rayos del Sol hacían fuerza por irrumpir en el fondo marino, aunque muy poca luz lograba hacerse paso recorriendo toda la estancia.

El mar es amplitud, es oscuridad, es mirar al abismo como quien mira por un caleidoscopio, es rodearte de la nada y del concepto de “Vida” a la vez. Mientras buceaba y aguantaba la respiración, alzaba la cabeza y sabía que, aun anclada en espacios oscuros, sólo una fina capa – como de papel “film”, tan fácil de romper como una burbuja de jabón -, me separaba de un lugar tintado de color azul cielo que nos calienta la piel.

Qué importante es saber discernir los espacios que no logran reunir las condiciones necesarias que demandas para vivir - una relación, una ciudad o un trabajo – . No obstante, aun cuando te cueste abandonarlos de un único impulso con los pies, si miras hacia arriba, siempre encontrarás a alguien dispuesto a sacarte de un tirón.


Se acabó lo bueno”, era el lema – o lamento - que me repetía mi madre al acabarse las vacaciones de verano mientras empacábamos toda nuestra ropa de tirantes para volver a la ciudad. ​En recuerdo a esto y al chico de "Verano Azul" - el ciclista de Formentera - para mí, un eslogan que me estamparía en una camiseta a todo color es: <<Todo pasa>>. Tanto lo bueno, como lo “no-tan-bueno”.

Recientemente, escuché en un podcast que cada experiencia que nos sucede absorbe el matiz que nosotros le queramos dar y, por tanto, nuestra actitud aquí juega un papel esencial. Tal y como dicen: “Nunca llueve a gusto de todos”.

No hace mucho, haciendo scroll por Instagram me topé con el vídeo de un niño que veía en un día de lluvia una oportunidad de juego, de diversión y de chapoteos infinitos en el jardín trasero de su casa. Para él, asomarse a la ventana aquel día y ver nubarrones oscuros cubriendo el cielo, no era motivo para condenarlo bajo un: “Qué día tan feo”. Quizá mañana no vuelva a llover y no pueda infartar a sus padres dejando huellas de barro por todo el pasillo.

Por ello, creo que el bienestar reside en nuestra buena predisposición por observar, decodificar nuestras circunstancias y llevar a cabo tal análisis en un área de nuestro pensamiento sano y equilibrado.

Para mí, la felicidad habita en la plena consciencia del momento presente. Como, por ejemplo, en el penúltimo bocado de tu plato favorito, en un buen debate o en una conversación “de-pipas” con tus amigos, en la paciencia que habita la
sala de espera antes de recibir un beso o un abrazo chillao’, en una carcajada con la boca bien abierta, en bailar sin que te importe la presencia de otros ojos y/o en la satisfacción al celebrar tus propios logros.

Se disfruta a través del 
equilibrio - mantenerse en el “punto medio”, que tanto me recuerda mi terapeuta - como funámbulos o pájaros de carretera  sobre un fino cable que nos conecta y nos permite sentir paz con nosotros mismos, nuestro entorno y relaciones. Por desgracia, el mundo atraviesa una compleja trama de conflictos bélicos allá donde decidas posar tu mirada. Así que, hagamos por preservar la armonía en todas las esferas vitales que nos rodean, íntimamente, en círculos concéntricos.

Cuando veo que las cosas se tuercen y el cableado eléctrico no es estático, me recuerdo que las rachas más complicadas también pasarán. Así, al menos, me ayudo a estabilizarme un poco y a pisar con los dos pies. Porque si los pájaros saben cuándo parar, descansar y recobrar fuerzas para retomar su vuelo, ¿por qué no tú o yo?

Recuerda:
Si la vida te da limones, has limonada.
Si la cuerda se tambalea, juega a la comba.

Aunque, inevitablemente, "nos pasará de todo", será más cómodo nuestro agarre si actuamos bajo la convicción de que todo pasará, tarde o temprano. 

Mientras, vamos a disfrutar de la lluvia, gota a gota y sin que llegue a colmar el vaso. 

©2021 por Loge Magazine.

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