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C A R T A

Ay, mamá...

1 de mayo de 2022

Por Margo

Abril fue un mes de cerral – espectacular momento televisivo de España con una icónica Elena Furiase - muchas tramas, aunque otras se me quedaron medio abiertas dando pie a la segunda temporada. El reparto principal se mantiene, algunos personajes ya no creo que aparezcan más y otros aún están pendientes de confirmación, ya que aparecieron a lo largo de estas últimas semanas y me encantaría arrastrarlos conmigo a todo lo que venga por delante.

Pero bueno, el tiempo dirá.


Ya echo de menos la costumbre de empezar los lunes con un ‘te tengo mucho que contar’ o volver a casa con el canto de los pajaritos a modo de cierre a una noche inigualable. Espero con ansia la llegada de los viernes para volver a recorrer el caminito de regreso con el ritmo propio de una procesión de Semana Santa, con el frío de las primeras horas de la mañana sacudiéndome los huesos, unos pies embalados en tiritas tras haberlo dado todo en la pista de baile y un sol madrugador mandándome a dormir de una vez por todas.


Como acérrima defensora de los planes que no se planean, lo envolví para regalo y le coloqué un lacito - alrededor de mi muñeca, para ser más precisa – clausurando el mes en un festival de música con la suerte besándome los talones. Ese día tendría que haber echado la lotería. El caso es que pude dejarme las cuerdas vocales y la planta de los pies durante la canción de ‘Ay, mamá’ de Rigoberta Bandini.


Con motivo del ‘Día de la Madre’ celebrado hace unos días, escribo esta carta con todas las mamás-todoterreno en mente. Mujeres pluriempleadas que sin descanso trabajan como un faro, una brújula que señala bien el Norte, una Siri con todas – o casi todas – las respuestas, un manual de instrucciones para salir airosos en nuestro día a día, un punto de encuentro al que volver cuando nos sintamos perdidos, una efectiva guía de supervivencia para tontxs y la absoluta seguridad de que nunca estaremos solos, incluso cuando el orden natural de la vida dictamine que nuestros caminos deben separarse aquí abajo.


Muy especialmente se la dedico a mi madre, porque sé que me lee.


Ay, mamá…


Gracias por tu omnipresencia cuando se trata de sanarme el corazón. Las madres sois las mejores cardiólogas, curanderas y practicantes de hipnosis que conoceremos jamás, estoy segura.


Por aguantarte tus inagotables ganas de hablar de disparatadas trivialidades a las ocho de la mañana y comprender que mi ‘Happy Hour’ comienza justo después de mi primer café.


Por quedarte en vela hasta las tantas de la madrugada – Netflix ya llevaba un rato preguntándote si seguías viendo - con tal de verme regresar por la puerta sin importar en qué bochornosas condiciones. Lo importante es volver.


Gracias por darle un punto rápido a esa blusa que me quería poner antes de salir. Siempre a última hora, cuando apenas tenía tiempo para enhebrar una aguja porque llegaba tarde.


Perdón por cambiarte las cosas de sitio y apropiarme de tus cremas del baño. Ahora voy y las pongo en su sitio.


Gracias por tu inacabable lista de consejos y por ahorrarte los irritantes “Te lo dije”, aunque te los lea nítidamente en los ojos. Se agradece.


Por ayudarme a reconocer lo que no vale la pena.


Por hacerme una transfusión de fuerza cuando me siento como un globo desinflado.


Por apoyarme incondicionalmente en todo lo que hago, te guste más o te guste menos.


Gracias por tu sentido del humor, aunque muchas veces no lo pille. Creo que después de tantos días de racha en ‘Duolingo’ se te ha quedado un humor muy british. Sin duda, escucharte reír se siente terapéutico.


Por llenarme de ilusión todos los ‘ya te llamaremos’ y restarle valor a todos los que decidieron no hacerlo.


Por darme paciencia y asegurarme de que todo llega, tarde o temprano.


Por limpiarme los zapatos después de tropezar con la misma piedra más veces de las que me gustaría admitir.

Gracias por abrirme los ojos y dejarme ver a través de los tuyos para llegar a comprender una nueva infinidad de cosas. “Sabe más el demonio por viejo que por demonio”, tu favorita.

Por enseñarme a hacer mis primeras lentejas a distancia. Durante siete años me acercaste un poquito más el regustillo de comer en casa, aunque Madrid nunca fuera a saberme igual.

Por darme la paz en momentos en los que estoy en guerra conmigo misma y me cuesta horrores declararme bandera blanca.

Por darme estabilidad y equilibrio cuando mi mente era una peonza en movimiento.

Gracias por ser mi confidente aunque me reserve algunos secretos que no son muy mother-friendly. Aún así, qué puedo hacer contra tu espeluznante poder de leerme la mente incluso cuando te rehúyo los ojos.


Gracias infinitas por tu paciencia conmigo y esa, precisamente, sí que es infinita.


Gracias por mostrarme la ruta correcta.


Gracias por ser mi más fiel compañera.


Y gracias a la madre que te parió. Ay, abuela… cuánto me hubiera gustado contarte todo lo que me ha pasado a lo largo de estos 365 días.


Vivan las madres y las madres de nuestras madres.

Tan esenciales y oportunas como agua de mayo.

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